Carta Pastoral de Cuaresma y Tiempo Pascual 2009
7 octubre, 2016

Carta pastoral de Mons. Jorge Casaretto, obispo de San Isidro, dirigida a los fieles de su diócesis en la solemnidad de Pentecostés.

I. INTRODUCCIÓN
Queridos Amigos:
Este es el título de uno de los capítulos de «Contenidos básicos de la doctrina social de la Iglesia» que ha publicado nuestra Vicaría de Pastoral Social. Expresa el deseo de la Iglesia de que algo tan básico como la seguridad sea patrimonio de todos los habitantes de nuestra sociedad, sin excluir a nadie. Todos necesitamos seguridad y, una vez más, quienes viven más inseguros son los más pobres.
Las reflexiones siguientes las hemos elaborado con los miembros de esta Vicaría de Pastoral Social y con el Consejo Presbiteral y son un aporte más a este angustioso problema. Estoy seguro que en la Diócesis podrán ser enriquecidos por todos ustedes.
Este es un tema que en los últimos tiempos ha cobrado mucha actualidad porque se han multiplicado hechos de violencia que atentan contra la vida de los ciudadanos.
Frente a esta problemática aparecen distintas posturas. La más simplista es pretender responder a esta cuestión, nada más que desde la dimensión represiva. El problema es tan grave que en muchos casos se está configurando un nuevo modo de inserción geográfica de los habitantes de la sociedad: barrios cerrados con fuerte custodia, que se encuentran muchas veces al lado de villas de emergencia o barrios muy pobres, lo cual hace aun más visible la fuerte polarización social que vivimos.
Hay quienes justifican que las familias se armen y hay quienes ante esta problemática tan seria están decididos a hacer justicia por mano propia.
Cabe que como cristianos nos planteemos el tema, se trata de un caso de discernimiento evangélico: ¿Qué es lo que debemos hacer? ¿Cómo debemos actuar desde el evangelio en esta situación? ¿Qué es lo que el Señor nos está pidiendo personalmente y como comunidad?
El problema de la inseguridad y de la violencia en la que vivimos (como tantos otros dilemas que nos presenta la vida), es un desafío que nos da la posibilidad de convertirnos, de crecer en la caridad y de encontrar en comunidad caminos que mejoren la situación, y que cada uno por su lado jamás podría encontrar ni recorrer.

II. DESCRIPCIÓN DEL PROBLEMA

Vale la pena que como cristianos intentemos bucear en esta problemática desde todos los ángulos posibles. Tomemos por ejemplo el perfil de quien comete actos de violencia. Generalmente se trata de menores o muchachos muy jóvenes que cometen robos cada vez más violentos y que a veces matan aunque hayan conseguido lo que pretendían, muchas veces están entrenados para saber cómo actuar si son descubiertos. Estos jóvenes están bien armados y a menudo actúan bajo los efectos de la droga. Si no están drogados en el momento de actuar, muchas veces lo harán después para festejar.
Este perfil ya nos está mostrando que al menos hay tres dimensiones sociales que influyen en estos jóvenes:
– La primera es que están armados. Esto sería imposible si no hubiera tráfico de armas.
– La segunda es que están drogados. Esto sería imposible si no hubiera tráfico de drogas.
– a tercera es que son jóvenes desocupados, que han abandonado la educación elemental y no han encontrado modos de emplear bien su tiempo. Esto sería imposible sin una fuerte crisis en los aspectos educacional y laboral.
Este panorama está delineado por un compuesto de altas dosis de corrupción y del fenómeno social llamado exclusión.
Pretender solucionar un problema donde intervienen tantas variables nada más que desde la dimensión represiva es actuar solamente sobre las consecuencias y no sobre las causas. No podemos negar que la sociedad produce formas de marginación y discriminación que encierran, acorralan y frenan los esfuerzos de integración que muchas personas y comunidades con sensibilidad y preocupación social pueden estar intentando.
La brecha creciente entre ricos y pobres, la ostentación escandalosa de los frívolos, y la facilidad con que los corruptos acceden a grandes masas de riqueza, crean un clima violento que últimamente muestra quizás su cara más cruel, en los robos y asesinatos que la sociedad padece.
Los sacerdotes que trabajan con estos jóvenes me dicen que el mensaje que permanentemente recibe un excluido es: “no servís, no valés, sobrás, sos una carga para la sociedad, no rendís, no sabés, tu vida no vale, sos ineficaz”. En una palabra: tu vida no tiene ningún valor.
La falta de oportunidades, la desocupación, la marginación, generan condiciones de vida que no estimulan la virtud de la laboriosidad. Un joven en estas condiciones se va convenciendo que si su vida tiene poco valor, puede arriesgarla. Y si su vida vale poco, también considera que vale poco la vida de los demás.
El gran negocio del juego, de la venta de alcohol, drogas y armas que son fuentes de enormes ganancias para muchos, está en la base de esta problemática que lleva a estos jóvenes a arriesgarse porque, como veíamos recién, la vida de ellos no tiene ni futuro ni esperanza.
Es más: muchas veces se tiende a identificar a toda la gente que vive en una villa de emergencia con la violencia, desconociendo que la raíz de esa violencia no es la pobreza sino la exclusión social. En todos los barrios, sean ricos o pobres hay personas que viven en el vicio y hay personas que luchan por la virtud.

III. POSIBLES RESPUESTAS

El año pasado escribí una carta sobre la exclusión social en la que invitaba a todos a encontrar un camino serio para enfrentar la problemática de la injusticia que es la base de la violencia en la que nos encontramos inmersos.
Cuando en una sociedad los males se agravan y se van convirtiendo en una especie de epidemia, hay que convencerse que no se encontrarán soluciones fáciles y rápidas. Cuando las situaciones se van estructurando en el mal, las respuestas posibles son aquellas que requieren grandes sacrificios, alta cuota de heroísmo y de paciencia que las hagan perdurables en el tiempo. Sólo las soluciones que van a la raíz son las que vencen eficazmente al mal.
Es verdad que la situación en la que vivimos nos sumerge en el miedo: tenemos miedo de andar por la calle, tenemos miedo al entrar y salir de nuestras casas, tememos que al ir a trabajar o a estudiar sea robado o agredido algún integrante de la familia.
El miedo es lógico, porque el peligro es real. Pero debemos tener cuidado de que este miedo no nos lleve a mirarnos los unos a los otros en un clima de desconfianza recíproca que nos hace mal a todos.
Tenemos que defendernos de los peligros, pero el evangelio nos invita a no mirarnos unos a otros como potenciales agresores, sino como hermanos. Aquí es donde frente a esta situación, debemos dejarnos iluminar por nuestra fe y nuestras convicciones cristianas: todo hombre es digno, todo hombre es mi hermano, todos somos hijos de Dios nuestro Padre.
Frente a las noticias que escuchamos a diario, nos compadecemos con real solidaridad de las víctimas de los robos y asesinatos. Es importante y muy bueno que lo hagamos, para tratar de ayudar, si está a nuestro alcance.
Pienso que el evangelio nos invita a ampliar la mirada y a ponernos también en el lugar de todos esos jóvenes (a veces casi niños) y adultos, sin posibilidades. ¿Qué hubiera sido de mí si hubiera nacido en la indigencia, sin una familia estable, sin posibilidades de recibir cariño ni educación, viviendo en la calle o en la promiscuidad y con la posibilidad de “escapar” mediante la droga, el alcohol, o el poder que da un arma? Sin duda que no quedan muchas posibilidades de descubrir la propia dignidad, ni de respetar la vida de los demás.
Jesús se identificó plenamente con los excluidos de su tiempo. Resuenan en nuestro corazón y nos llaman aquellas palabras del Señor “A mí me lo hicieron”. ¿En quiénes está Jesús padeciendo hoy y pidiéndome que haga algo por Él? Hay también otras actitudes de Jesús en el evangelio que nos invitan a revisar las nuestras:
* La misericordia que demostró frente a toda miseria humana, sin dejar de señalar la necesidad de cambiar de vida frente al pecado.
* La confianza en la capacidad de cambio que tenemos las personas, expresada en la parábola del Padre misericordioso.
* La misericordia y la benevolencia que nos enseñó para no juzgar.
* La necesidad de preocuparnos por los pobres en esta vida.
* Lo más difícil de todo: el amor a los enemigos, en el espíritu de las bienaventuranzas.
Como ven, la cuestión es muy amplia y compleja. Me atrevo, sin embargo, a la hora de plantear temas concretos, a enumerar algunas posibles acciones que sin duda ustedes podrán enriquecer:

1. Así como muchos vecinos se reúnen para estudiar los métodos de defensa de sus familias, (lo cual es totalmente lógico), será también importante utilizar esas u otras reuniones para estudiar los modos de multiplicar acciones solidarias a fin de atacar al mal de la exclusión en su raíz.

2. Debemos priorizar el tema educativo, todo lo que hagamos en este sentido será poco. Es una de las soluciones que apunta a la raíz de estos males. Como iglesia debemos disponernos cada vez más a seguir trabajando en la educación de los pobres y a encontrar caminos comunes, con personas y sectores que manifiesten una sincera preocupación por lo social.

3. Es necesario insistir no sólo en la perseverancia de los niños en la educación elemental, sino también en la capacitación laboral de los jóvenes.

4. Luchar contra cualquier tipo de discriminación generando desde nuestras comunidades una actitud de acogida y de valoración de todos, aún de aquellos a los que la sociedad juzga por sus delitos.

5. Sin duda se hace cada vez más necesario la existencia de un sistema policial eficiente con leyes aptas. Pero la persecución más fuerte se debe dirigir hacia el comercio de la droga, de las armas, del alcohol y del juego.

6. Me impresiona mucho que a veces se identifique el mal y el delito solamente con las villas de emergencia, y se quiera actuar directamente en ellas de una manera represiva y no nos escandalicemos primero por el hecho mismo de la existencia de estas villas. En realidad deberíamos todos estar preocupados por desarrollar planes de vivienda popular o al menos humanizar las villas y los barrios. Se trata de abrir (calles y espacios) y no de cerrar (encerrar, acorralar posibilidades de encuentro).

7. Creo que hay que avanzar fuertemente en la reforma policial, reforma en la administración de justicia, reforma del sistema carcelario, donde el criterio fundamental no sea dar más tranquilidad a algunos a costa de la humillación de otros, sino el empeño firme por respetar y hacer crecer la dignidad de todos. Luchar para que las cárceles sean verdaderos lugares de reforma de vida que apunten a la reinserción social.

8. Luchar contra la corrupción significa también no favorecerla en lo cotidiano: no ofrecer ni recibir coimas (tampoco las que vienen en forma de regalos o “estímulos”), cumplir con las obligaciones civiles, llegar a horario a nuestras obligaciones, etc. Si nuestros chicos nos ven vivir de esta manera, estaremos educando generaciones menos dispuestas a la corrupción y que exigirán mayor transparencia de sus gobernantes.

9. Esta invitación a mirar la realidad desde el punto de vista de los excluidos, no significa caer en un relativismo que nos lleve a justificar toda actitud violenta o delictiva. La sociedad para conservar la paz, debe funcionar con un sistema de premios y castigos. Los inocentes deben ser defendidos y estimulados en sus buenas acciones y los culpables deben ser castigados, en el marco de la ley.
Todo esto será imposible si no generamos una corriente de generosidad y solidaridad que nos ayude a encontrarnos, a unirnos, a querernos y no a polarizarnos y a separarnos.
Que el Espíritu Santo que nos hace llamar juntos a Dios “Padre”, ilumine nuestras mentes y corazones, y nos enseñe a recorrer los caminos para vivir la fraternidad y el encuentro con todos los hermanos, especialmente con aquellos que más nos necesitan.
Que María de Luján, Madre de los argentinos, interceda por nosotros para que desde nuestro lugar, podamos como Ella, traer la paz y la reconciliación a nuestro país,
Con mi saludo y bendición para cada familia y comunidad,

En Pentecostés, 23 de mayo de 1999.

Este documento fue publicado como suplemento del Boletín Semanal AICA Nº 2116, del 9 de junio de 1999