Homilía de monseñor Ojea para la Asamblea diocesana

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Jesús dedica espacio y tiempo a una persona, la saca de la multitud: es el sordomudo. Este signo Jesús lo va a hacer, con un gran compromiso físico, comprometiendo su cuerpo en el milagro.
El sordomudo es una imagen del incomunicado, que no oye ni habla, y es lo que nos pasa a nosotros muchas veces como gran comunidad de la Iglesia: oímos lo que queremos oír, oímos solamente aquello que creemos que nos conviene, que nos resulta grato, que nos da seguridad. Rápidamente cerramos el oído a otra voces muy diferentes, muy diversas; también nos perdemos matices en lo que escuchamos; nos perdemos escuchar qué es lo más importante, qué es lo más saliente, que es aquello que es primero, lo que viene después, lo más importante de lo menos importante. Para hablar, también nos pasa lo mismo.
Vivimos en una sociedad adicta; adicta quiere decir: una sociedad que no tiene palabra, a la que no le salen las palabras, a la que le cuesta expresarse; entonces se expresa de otros modos, con otros actos; con otras huidas de la realidad; con otras evasiones, es como si tuviéramos la palabra atragantada.
Entonces Jesús compromete su cuerpo con este hombre incomunicado y va a acercar su dedo a sus oídos, como acercando el amor, acercando la posibilidad de escuchar plenamente al otro; qué es lo que está detrás de lo que el otro me dice, me trae, cuales son los anhelos verdaderos, qué está buscando en realidad.
Yo creo que esta Asamblea, ha sido, y está siendo, una manifestación de lo que es aprender a escucharnos; aprender a escuchar lo que viene del otro; de otra comunidad, de otra historia.
Y allí dentro de la celebración de los sesenta años de la Diócesis poder vivir esto como un continuo aprendizaje, este aprendizaje de escuchar y también el de hablar.
El Evangelio dice: “Con su saliva le tocó la lengua”; muchas veces nuestras mamás con su saliva nos limpiaban las manchas. Es como un gesto que expresa calor, intimidad, o aquello que viene de más adentro, la secreción.
“Con su saliva le tocó la lengua”, es decir, lo anima a hablar, lo anima a expresar; lo anima a decir aquello que tiene miedo de decir porque no sabe cómo va a caer, que tiene miedo de cómo va a ser recibido, o tiene miedo que no importe nada, y esto es lo que tenemos que romper en las comunidades: el miedo, el miedo de poder escuchar lo muy distinto, el miedo de poder hablar y expresarnos bien, sin miedo, sin renunciar a nuestra identidad. Al mismo tiempo, sabiendo escuchar y poniéndonos en el lugar de aquel que nos está diciendo algo que viene de un pensamiento, de una emoción, de una historia emocional muy distinta, de una formación y de una educación distinta.
No podemos cerrarnos de entrada, no podemos armar un compartimento de antemano, sino que tenemos que aprender; y Jesús nos enseña, comprometiendo su cuerpo, su encarnación, sus dedos, su saliva. “Suspira”, dice el Evangelio, quiere decir, vive en sí mismo lo que le pasa al otro; se pone en el lugar del otro. Se pone en el lugar del que escucha y se pone en el lugar del que habla y se dirige a mí.
“Suspira, mira al cielo”, dice el texto, sabiendo que toda palabra tiene un eco allí arriba, sabiendo que Dios está atrás de la búsqueda del hombre de lo que dice el hombre, de lo que me expresa mi hermano.
Qué Dios esté siempre detrás como eco de nuestras palabras y de nuestro modo de escuchar.
Y finalmente la orden: “Ábrete!”, es este deseo que nosotros tenemos y que ha salido en casi todos los sueños, de una Iglesia abierta, de una Iglesia inclusiva, de una Iglesia que reciba la vida como viene, pero para esto necesitamos el aprendizaje de la cultura del encuentro.
Para vivir la cultura del encuentro, primero el encuentro con Jesús, con su carne, que se acerca a nosotros para abrirnos los oídos, para soltar la lengua, y para poder capacitarnos a integrar verdaderamente la comunidad de la Iglesia, sin miedo pero al mismo tiempo sabiendo discernir, dando tiempo a cada cosa.
Estamos en un trabajo importante en la Asamblea, todos estos sueños, todos estos horizontes que se han abierto a través de las orientaciones pastorales; hoy hemos trabajado en las necesidades y los modos como, en concreto, vamos a llevar adelante estos sueños, todo este trabajo que vamos a hacer ahora de recepción, ustedes lo van a tener, lo vamos a devolver. Ahora esto va a volver a las comunidades; vamos a seguir profundizando como Iglesia diocesana en estas orientaciones que hemos empezado a trabajar.
Vamos a pedirle al Espíritu, en este día de Asamblea, que nos enseñe a escuchar bien, a escuchar con los oídos abiertos por el Espíritu y al mismo tiempo poder hablar sin miedo y poder expresarnos, aquello que surge de nuestra experiencia de vida, sabiendo que el Señor está en medio de nosotros y el Señor Jesús quiere que vayamos creciendo en una Iglesia que se parezca cada vez más a Él, y que pueda transmitir sin temores la frescura del Evangelio.
Que el Señor así nos lo conceda.