Monseñor Ojea comparte su reflexión sobre el Evangelio del domingo 25 de octubre XXX Domingo del Tiempo Ordinario, ( Mateo 22,34-40) en la que Jesús enseña a los fariseos que "amar a Dios es igual que amar al prójimo”.
Los fariseos quieren poner a prueba a Jesús. Le preguntan cuál es el mandamiento más grande, el más importante de la ley, "El señor enuncia el primer mandamiento: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas y el segundo es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo”, explica monseñor Ojea.
El Obispo nos dice que “el amor a Dios es como la raíz y el amor al prójimo es el árbol que manifiesta la raíz. Por el árbol entendemos mejor la raíz. El amor al prójimo purifica nuestra mirada para que podamos amar a quien no vemos., porque no podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al prójimo, a quién vemos".
“Esta enseñanza tan clara de Jesús, acerca del amor, tiene su fuente en el mismo Dios: Dios es amor, él nos amó primero, si nos dejamos amar por él, entonces vamos a poder amar al prójimo y esto como un camino primero en la ejecución para poder llegar a Dios” afirma el Obispo.
Refiréndose a “Fratelli tutti”, la Carta Encíclica recientemente presentada, monseñor Ojea nos dice que el Papa Francisco "fundamenta esta dimensión de la caridad fraterna, universal, en la Parábola del buen samaritano”, y afirma que "los que pasan de largo frente al hombre caído tienen roles, tienen roles en la sociedad, en este caso roles religiosos: el levita, el sacerdote. En cambio, el samaritano es un samaritano; está unido al hombre caído, por la misma dignidad de la naturaleza, se ve a sí mismo en él, por eso va a socorrerlo”.
"La fe en Dios está indisolublemente unida a la dignidad de la persona. Y el amor a Dios está indisolublemente unido al amor prójimo que aprendamos a través de la caridad fraterna, amar a Dios, a quien no vemos” dice al finalizar su mensaje monseñor Ojea.