Mensaje Monseñor Martín Fassi para el cierre del Año de la Misericordia

Encuentro por el cuidado de la casa común
5 octubre, 2016
Comunicado
18 noviembre, 2016
 
 
 

Estamos terminando el Año de la Misericordia; queremos darle gracias a Dios por esta oportunidad que nos ha durado un año, en el que pudimos profundizar nuestro llamado a ser misericordiosos como el Padre, y donde seguramente hemos experimentado la misericordia de Dios en nuestras vidas; seguramente habremos atravesado la Puerta Santa en algún santuario; también habremos practicado las Obras de la Misericordia a las que el papa Francisco nos invitaba a practicar.

Si hemos practicado la Misericordia, nos habremos sentido un poco más buenos, y también habremos experimentado que es posible ser mejores; que la Misericordia es algo concreto y que se puede ser misericordioso.

Por eso queremos darle gracias a Dios, porque en este tiempo nos hemos convencido de que es posible practicar el Evangelio; de que es posible ser misericordiosos, pero también nos habremos dado cuenta de que no es fácil creer en la Misericordia y esperar en la Misericordia, de que no es fácil sentirnos merecedores de la Misericordia; y ahí está el punto: no la merecemos, porque la Misericordia es un regalo, no importa si la merecemos o no, la necesitamos, porque sin Misericordia nadie puede vivir.

La justicia es necesaria pero nos damos cuenta de que no alcanza, de que hay algo que tiene que superarla; una vez realizada la justicia, tiene que ser superada y eso es la Misericordia, la que reincorpora a nuestro hermano a nuestras vidas; la que nos reincorpora a la vida de otros cuando nos sentimos fuera; la que nos da la oportunidad de comenzar de nuevo y de mirarnos con ojos nuevos, por eso, la Misericordia primero es una cuestión de libertad, de tomar la decisión de querer ser misericordioso, y de aceptar humildemente la misericordia de otros, aunque sienta que no la merezco, pero darme cuenta de que la necesito.

Necesito del perdón y es preciso que también pueda llegar a perdonar después de un largo proceso para que pueda tener paz en el corazón y paz en la sociedad.

Por eso la Misericordia es también una reacción; Misericordia es reaccionar frente a la miseria del otro; la Misericordia nos libera de la indiferencia que nos mata. Si yo reacciono frente a la miseria del otro y la hago pasar por mi corazón, eso es Misericordia. No me quedo ni tranquilo ni quieto frente al dolor del otro; no miro para otro lado; no doy vuelta la cara; no me hago el que no lo vi, pero es una decisión, es una opción de libertad y es una reacción libre frente a la miseria del otro.

Nos dice el Santo que: “En el atardecer de la vida seremos juzgados en el amor”, y este Año de la Misericordia también Dios nos ha regalado dos figuras, dos paisanos nuestros: el Santo Cura Brochero y la Beata Mamá Antula, un hombre y una mujer  que nos muestran muy concretamente, caminos de Misericordia.

El Cura Brochero, un pastor con todas las letras, que se ocupó de la promoción social; de la promoción humana,;de la promoción espiritual de su pueblo, de su gente; fue un hombre que integró todo en la salvación de todos.

Mamá Antula, la peregrina de la Misericordia, que desde Santiago hasta Buenos Aires se vino caminando, para traernos una oportunidad, a través de la predicación de los ejercicios ignacianos, para encontrarnos con Dios.

¡Gracias por este Año de la Misericordia!

Y ahora viene lo más importante, porque termina el Año de la Misericordia pero seremos enviados a ser misioneros de la Misericordia.

Termina el Año de la Misericordia, comienza la Misericordia en acción y en misión

¡Qué así sea para cada uno de nosotros, para nuestra Iglesia y para el mundo!